QUE PENA Ángel Hernández.

Por Marco Baldera.

Te imagino delirante, palmeando mejillas hasta enrojecer para saberte despierto, al enterarte de la posibilidad de ser Ministro. Premio gordo sin billete; reconocimiento sin mérito; medalla sin participación. Tras una vida negociando con la educación, era como para relamerte.

Nadie me lo contó; yo estaba ahí cuando te juramentaron. Tus palabras inundaron de mal presagio todo el salón. ¿Qué dijiste?: “El primer sorprendido soy yo”. Debutaste como un torpe sincero conejo, sacado del sombrero de los peores magos. Que mal jugaron las cartas. En vitrina con aumento procesionaron el refajo. Qué descaro.

Permanentemente confuso, desenvainaste la soberbia. A mandíbula batiente carcajeaban celebrando la inmerecida desgracia ajena. Sin parar mientes, se hicieron colegas del Fausto de Goethe. Eso siempre termina mal.

Después de gastar todo el dinero imaginable, cientos de millones en estrategia de medios de comunicación, alquilando conciencias y plumas, para quitar al Dr. Fulcar, escogieron un guión de película de bajo presupuesto: “La selectiva persecución de todo el que asociaban al Ex ministro, y su posterior descrédito moral para políticamente inhabilitarlo. Olvidaron que capricho no sustituye vocación; que sombras no igualan hombres.

Concentrados en los sombríos negocios de las fuerzas impulsoras, no encontraron tiempo para la educación, cosa que se entiende, porque el amor al presupuesto, jamás a la educación, fue la tendida trampa para la complicada empresa.

Harto de la soberbia norteña, los desalmados togados, y las gatas de María Ramos, Palacio no descansa, y cada dia se arrepiente más de haberse desprendido de su mejor cuadro político, de lo mejor que tiene el PRM, del contraste por excelencia del presidente, del amigo y esperanza de la irredenta base partidaria, y del estratega armador, por complacer a quienes sabemos.

Tus reivindicativas palabras de ahora, hablan de que todo el tiempo tomaste dictados, que estás desengañado, y que la conciencia está controlando tus últimos balbuceos.

Desesperadamente no encuentras la salida. Aún con todo el apoyo del mundo, se te nota la frustración.